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May

2024

Hace 111 años se inició la producción industrial de derivados del nitrógeno del aire. Tal fabuloso invento mereció el Premio Nobel para Fritz Haber y Carl Bosch.

Por Luis Eguiguren. 27 mayo, 2024. Publicado en Diario El Peruano 27 de mayo del 2024

Según la revista Nature (29/07/1999), los autores del descubrimiento serían las personas más influyentes del siglo XX por los efectos de su invención. En los 200 años anteriores, tan solo la teoría de los organismos microscópicos como causantes de las enfermedades infecciosas habría tenido un impacto que rivalice con el invento de Haber y Bosch.

La fijación del nitrógeno del aire por el proceso Haber-Bosch es principal causa de la explosión de la población mundial desde 1,600 millones –en 1900– hasta 6,000 millones en el 2000. Según Nature, se estima que la mitad de las proteínas que forman el cuerpo de los seres humanos de hoy están hechas por nitrógeno, fijado gracias al invento de Haber y Bosch. Así lo expone el documental de la BBC: ¿Puede la Química salvar al mundo? (Fixing the Nitrogen Fix)”.

Aunque no lo parezca, en el suceso de la fijación industrial del nitrógeno, la historia del Perú está comprometida. Tanto la prosperidad del guano como la Guerra del Pacífico se relacionan con las urgentes necesidades de nitrógeno que tenía la humanidad antes de 1913.

En efecto, antes de 1913, la agricultura solo contaba –como recurso abundante– con el guano de las islas y el salitre del desierto de Atacama, para enriquecer el suelo vegetal.

Sin duda, quienes estén leyendo este artículo ya habrán tenido en cuenta ciertos inconvenientes respecto al invento de Haber y Bosch. Una visión global de los sucesos, después de haberse encontrado el Dorado de la Química, permite hacer un balance.

Entramos así en un asunto filosófico. Por un lado, el invento de la fijación del nitrógeno beneficia; pero, por otro, perjudica. Beneficia, evidentemente, porque ha permitido que más personas sobre la tierra disfruten del don de la vida humana, debido a la abundancia de alimentos, medicinas y artículos de uso diario de los cuales disponemos gracias a la química del nitrógeno. Por otro lado, perjudica, si pensamos en la contaminación ambiental o en las guerras más mortíferas causadas por los explosivos confeccionados con nitrógeno.

Como otros inventos de aspecto inicialmente maravilloso, la fijación artificial del nitrógeno, según mi punto de vista, ha contribuido a ponderar mejor el valor de la ciencia moderna.

Entre mediados y finales del siglo XIX tiene auge el pensamiento positivista. Según este, la humanidad ha ido evolucionando desde formas de vivir rudimentarias, donde era poco consciente y libre, hacia estados mejores de vida en los que es más intensa la libertad y la felicidad consiguiente. Esta concepción de la libertad y la felicidad estaba asociada al dominio de la naturaleza a través de las ciencias experimentales: la física –primero históricamente– y, luego, la química. Apoyadas en ellas, irían avanzando las ciencias biológicas y, consecuentemente, la medicina.

El positivismo confiaba en el progreso indefinido de la humanidad, a través del dominio de la naturaleza por la ciencia de la época, que avanzaba aparentemente sin cesar mejorando la calidad de la vida humana en lo material: liberación del dolor físico, disminución de la mortalidad infantil, aumento de la esperanza de vida para los adultos, reducción del esfuerzo físico para obtener bienes de uso inmediato. El positivismo confiaba, pues, en los inventos; estimaba que siempre traerían bienestar.

Transcurridos más de cien años del estreno del, quién sabe sea, principal invento de la ciencia moderna (la fijación del nitrógeno), notamos que las grandes guerras de destrucción masiva del siglo XX han sido posibles también gracias a dicho invento. Los explosivos químicos más potentes desarrollados hasta el momento son obtenidos a partir del nitrógeno. Me refiero, por ejemplo, a la dinamita, al TNT o al nitrato de amonio.

La proliferación de productos químicos artificiales, útiles a corto plazo, es nefasta, se advierte hoy. Se rechazan así los abonos químicos como la urea o los nitratos, y se prefieren productos alimenticios “orgánicos”, cultivados sin intervención de agentes químicos artificiales.

El modelo de calidad de vida propio del cientificismo positivista está en crisis, ante la evidencia de que el simple desarrollo del saber experimental, dominador de la naturaleza, no siempre favorecerá al ser humano. Es necesario apreciar más saberes, como la filosofía, que permiten entender el conjunto de la realidad y el puesto de la humanidad en el cosmos.

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